21 December 2025

Si Cajamarca fuese un país independiente, sería la segunda nación del mundo con el mayor potencial de producción de cobre paralizado o retrasado, solo detrás de EE.UU. Con el cobre identificado como mineral crítico global para las siguientes décadas, solo esa información debería obligarnos a pausar y pensar unos minutos en qué es lo que puede estar sucediendo en esa región, y en qué se puede hacer.

Cajamarca es indiscutiblemente el caso más emblemático de potencial desperdiciado en el ámbito nacional, y posiblemente latinoamericano. Según la cartera de proyectos del Ministerio de Energía y Minas (Minem) del 2025, es la región con el mayor monto de inversión minera por ejecutar. Más de un cuarto del portafolio minero pendiente del país está aquí. Solo Apurímac se le acerca. Arequipa, que está en tercer lugar a nivel nacional, tiene la mitad del potencial minero cajamarquino.

¿Y qué se ha hecho con eso? Casi nada. La región no tiene ni un proyecto nuevo e importante en construcción. Ni uno. Quizá peor aún, en los que sí operan, la producción ha ido bajando considerablemente en los últimos años por agotamiento de reservas. La más emblemática, Yanacocha, pasó de un pico de cerca de 90 millones de gramos finos de oro por año hace dos décadas a producir 11 millones el año pasado. Ya el próximo año parará su minado regular. Y en unos pocos años más, la contribución de la que fue la primera mina aurífera del Perú será marginal.

Goldfields, la segunda más importante de la región, se halla en un proceso de cierre similar, con niveles de producción de cerca de la mitad de lo que tenían hace poco más de diez años, y bajando. Hace dos meses dejaron de minar; por los siguientes cuatro años será solo acarreo. Luego el cierre. La vida útil de la mina se acabó. Shahuindo es la única que espera mantener operaciones ahí luego del 2030. Entre una cosa y otra, la contribución de la minería al PBI cajamarquino se desplomó en dos terceras partes: de 38% en el 2009 a 13% el año pasado.

Con cierta justicia, se podría decir que la historia de declive empezó con la paralización del proyecto Conga, de Yanacocha, en el 2012, durante el gobierno de Ollanta Humala. El megaproyecto, que debía empezar construcción en el 2011, era de US$4.800 millones a precios de entonces, y hoy tranquilamente superaría los US$6.000 millones en inversión. Además de los puestos de trabajo directos y los encadenamientos con proveedores, son cientos de millones de soles perdidos por año en tributos solo en ese proyecto.

¿Qué hay ahora en vez de una mina moderna? Lo evidente y lo que ha sucedido en el espacio de tantos otros proyectos paralizados: actividad minera informal. Según fuentes de la región, si bien hace 15 años no había mayor actividad minera en la zona, hoy existen al menos 1.000 productores informales ahí en condiciones de trabajo precarias. De acuerdo con el presidente del Consejo Regional de Cajamarca, Karlos Peralta Pérez, ya se han generado pasivos ambientales causados por la minería ilegal, tanto en el sector de Conga como en el sector del caserío La Llica. Y ahí ya no hay mayor control, ni del gobierno regional responsable de supervisar la actividad, ni de otras autoridades centrales. Quienes protestaban hace algunos años en oposición al proyecto Conga se mantienen silentes ante este avance.

A partir de la paralización de Conga, los otros dos proyectos contiguos, Galeno y Michiquillay, también enfrentaron dificultades. Junto con la Mina Yanacocha, los cuatro forman parte del mismo espacio regional, entre la ciudad de Cajamarca y Celendín. A ello se suma Yanacocha Sulfuros, que podría haber expandido la vida útil de la actual Yanacocha, pero sobre el que Newmont, operador del proyecto, decidió poner paños fríos en los últimos años. De ejecutar estos proyectos, la producción nacional de cobre subiría en más de 30%. Y eso sin contar la producción de oro. Algo más alejado, pero de dimensiones considerables, también debería incluirse La Granja.

Al mismo tiempo, según el INEI, al 2024 Cajamarca tenía la tasa de pobreza más alta del Perú con 45% de hogares en esta condición. El contraste es imposible de ignorar. Apenas un tercio de los colegios tiene acceso a agua, y solo uno de cada cinco niños de cuarto de primaria tiene un rendimiento satisfactorio en matemáticas o en lectura, lo que la ubica en el puesto 20 en el plano nacional. En camas hospitalarias por cada 1.000 habitantes ocupa un puesto aún más bajo. El caso es de la región con el mayor potencial para atraer inversiones del Perú arrastrando las condiciones de vida más duras.

Cajamarca, en ese sentido, debería ser un caso de libro de texto para gatillar un ‘shock’ de inversiones públicas y privadas significativas y conjuntas. Está pintado. Desde el lado público, se justifica de sobra una estrategia nacional que priorice el cierre de brechas de la región más vulnerable y la facilitación de proyectos de inversión; desde el lado privado, la escala de los proyectos pendientes sería de dimensiones incomparables en su capacidad de generar empleo bien remunerado, movimiento económico, divisas, tributos, y desarrollo local -siempre que los recursos que recaude el Estado se utilicen bien-. Lo que está en juego es más que Cajamarca, al fin y al cabo, y eso justifica una intervención nacional localizada.

Además, pueden existir sinergias significativas entre los proyectos cercanos. En otras palabras, si avanza uno, es más fácil que avance también el resto. Por ejemplo, compartir mecanismos de traslado de mineral, rutas logísticas, de seguridad, cadenas de proveedores, soporte comunitario, entre otros, hace más viable que los proyectos se desarrollen en conjunto. Esto además gatillaría que otros sectores de la economía local elevaran su productividad.

Si esto suena muy difícil, no es porque haya algún impedimento físico, logístico o financiero. No seamos ingenuos. El problema es, principalmente, de predictibilidad, respeto a la normativa y organización política. Eso no cambiará pronto. Cajamarca es el caso extremo: la región más pobre con el potencial más rico. Pero una estrategia concertada, deliberada, de avance firme de inversiones públicas y privadas podría ser un ejemplo -una hoja de ruta, si se quiere- para replicar el modelo en otras regiones menos extremas (Apurímac sería el segundo en la fila). Para hacerlo en serio, el esfuerzo tendría que llegar a escala de coordinación nacional, con el gobierno central por delante y convencido de sacarlo adelante. Con buena gestión, en una década Cajamarca empezaría a verse sustancialmente diferente, y en dos décadas podría ser irreconocible. Mientras el ciclo de precios de los minerales nos sonríe, vale la pena intentarlo.

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