Liderar no es solo tomar decisiones o dirigir equipos. Es una forma de influir con propósito y acompañar con sentido. A lo largo de mi carrera, he aprendido que el liderazgo más genuino surge del equilibrio entre la mente y el corazón. Pero fue la paternidad la que me enseñó a vivir ese equilibrio de manera cotidiana, autentica y profundamente humana.
Convertirme en padre transformó mi manera de liderar. Me enseñó a cultivar la empatía, a ejercer la paciencia y a escuchar más allá de las palabras. Valores que no solo definen una crianza consciente, sino que también son esenciales para formar equipos resilientes, creativos y comprometidos.
En el mundo empresarial, cada persona es un universo con ritmos, motivaciones y formas de ver la vida distintos. Gestionar esa diversidad no se resuelve solo con estrategia; requiere sensibilidad, intuición y una presencia real. Ese tipo de conexión, que va más allá del rol profesional, la desarrollé gracias a Sofía y Juan Camilo, mis hijos.
Con Sofía (26), aprendí que la autoridad no se impone, se construye. Recuerdo una vez, cuando era niña, que intenté corregirla con una mirada durante una reunión presencial de negocios. Ella respondió imitando mi gesto frente a todos, como un espejo. En vez de incomodarme, me reí, y esa escena me enseñó a replantear cómo me comunico, a comprender que conectar es mucho más eficaz que imponer.
Con Juan Camilo (21), en cambio, descubrí el poder del acompañamiento en silencio. En su primer campeonato de Taekwondo, lo vi caer golpeado en el primer round. Mi impulso fue intervenir, pero entendí que su crecimiento dependía de permitirme estar sin invadir. Aprendí que el liderazgo también es ceder el protagonismo para que otros descubran su fuerza.
A lo largo de mi trayectoria —y especialmente en Kimberly-Clark— he confirmado que los desafíos del liderazgo se enfrentan mejor cuando abordamos a las personas desde su humanidad. La paternidad me enseñó que la empatía y la firmeza no se excluyen, se potencian. Que acompañar, dar el ejemplo y confiar en los demás puede transformar no solo la dinámica de un equipo, sino la cultura completa de una organización.
En este Día del Padre, más que celebrar un rol, me detengo a reconocer una fuente de aprendizaje que cambió mi manera de ver el mundo. Ser papá me hizo crecer como persona, pero, sobre todo, me enseñó a ser un líder más consciente, cercano y sensible.
Porque liderar con el corazón no es una postura blanda, sino una decisión poderosa: unir razón y emoción para fomentar el crecimiento de quienes nos rodean. Y cuando uno acompaña genuinamente ese crecimiento, los resultados también llegan: personas más íntegras, equipos más comprometidos y objetivos cumplidos. Desde ahí considero que nace un impacto duradero, en familias, organizaciones y sociedad.
Escribe Javier Durán, General Manager de Kimberly-Clark para Andes.
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